Almas gemelas


  A mi amado esposo dedico este blog, porque sin su amor, compañía, palabra, estímulo y presencia, yo no sería la que soy.

x Por los caminos

 Este valle es profundo. Pero no profundo respecto a las montañas, sino profundo de encanto.

 Ahí descansan los burros. De entre todos he elegido el negro, el de sumiso vientre colgante. Su cabeza se vuelve hacia mí, y puedo leer en sus ojos el eco de sus pensamientos, como un sonoro rebuzno de agradecimiento que estallara en el pecho de las rocas.

No quiero pesar en su lomo. Quizá mi intención me transforme en libélula. Le abrazo el cuello desmelenado y fresco de negrura; su carne rebosa inquietud, y un temblor cálido la atraviesa. Flanquean mi horizonte sus orejas, dos suaves llamas de terciopelo; y su pelo, su pelo es la caricia del mundo transportándome por los caminos.
Vamos los dos impulsados por la misma sinrazón de vivirlo todo, de tocarlo todo, olerlo todo, recogerlo todo a nuestro paso, claro como una amanecida. Y caminamos en un ligero trote hacia las frescas avenidas mientras el valle desenvaina la pureza de su luz nueva.

Los sonidos se despliegan en abanico sinfónico: aquí una canción de alondra por el aire; allá el dulce crujir de un conejo entre la maleza; a nuestro lado debuta el río, con su garganta afinada con el viaje de las nubes; y aunque no podamos oír el paso del caracol, se adivina un pequeño roce de estrellas tras su rastro.

En el camino dos congéneres se cruzan; otro hombre con su burro. Éste va cargado de leña. El humano nos saluda, y como si nos conociera de toda la vida no cuenta que lleva un hijo recién nacido en el corazón. Se aleja; nos sonreimos. Sus ojos son dos destellos que van cegando a los árboles.

--Ya ves, compañero, la ley de la vida cumple infaliblemente sus planes. ¿Cuál será nuestro plan, quizá pasar por la vida suavemente, siempre caminando? Mi burro me mira, y me parece que ríe como una feliz gaviota.

Luces, sombras, siluetean  la alegría en nuestras almas; y nuestras  formas van cincelándose, poco a poco, en la memoria profunda del valle.




Tarde húmeda


 TARDE HÚMEDA



Es una tarde de álamos húmedos,
donde los pensamientos escalan como hiedra
hasta morder el sueño
rojo de los tejados.

Es una tarde en la que un cuervo gime en tu pupila.

Es una tarde en la que el frío húmedo
se enrosca en la cola de un perro que dormita
entre los ladridos de la lluvia.

Es una tarde en que sueltas mi mano,
y en la pradera se hunde mi lamento;
en la que corro, acribillada de gotas
y te busco,
empapada de soledad,
hasta el temblor de mi médula.
















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x Reflexiones sobre los grandes ríos

  ¿Cómo, cómo podría describir la intensa sensación que siento al contemplar un gran río moviéndose despacio entre colinas?
  Esas aguas densas, transparentes como la mirada de los árboles, levemente onduladas por el viento; ese color profundísimo, o ese cuerpo grande y zigzagueante, como una culebra encantada que siguiera un enigmático y hechizante destino.
  Es reverencia. Literalmente, me inclino ante el paso de un gran río, verde, señorial y sereno, que parece conducirte de la mano, tranquila y plácidamente, al mismo comienzo de la vida.

  Me parece que esos ríos transporten millones de años de experiencia, incluso que ya conozcan mis pensamientos, y los de las ardillas o los de las amapolas. Que ellos se lleven a su fondo los miles de reflejos que vienen a mirarlos, para luego depositarlos con humildad, como se depositan ellos mismos,  sobre el mar.
  Son ríos con un movimiento que apenas se ve,  pero se presiente bajo el bullicio de las inexpertas almas de tierra adentro, como una profunda música de chelos que nos recordara la fugacidad de la vida.
  Son las líneas matemáticas que buscan la simplicidad de la curva para luego dejarse deslizar... por la ley de la sabiduría. Porque los ríos saben el lenguaje verdadero de la vida. Es por eso que siempre, siempre llegan al mar.

(Pensamientos inspirados al contemplar el río Ebro)